…que reúne en sus salas un momento muy especial de la historia de la pintura española, la llamada pintura histórica, un género que dio enormes artistas y magníficas obras. Los cuadros forman parte de la ampliación que el Prado acometió hace ya hace unos algunos años y acoge a casi dos centenares de obras de artistas del S. XIX. Abordarlas todas en un solo post se nos antoja misión imposible así que nos centraremos en tres de las doce salas que fueron resultado de dicha ampliación, las que reúnen el género de la Pintura Histórica, resaltado en mayúsculas.

El testamento de Isabel la CatólicaEspaña es un país de enorme carga histórica y  a lo largo del tiempo, los pintores españoles no han permanecido ajenos a ella. Durante varios siglos, la Pintura Histórica gozó de gran protagonismo. Primero, eran los reyes quienes encargaban a los artistas representar con sus pinceles hechos históricos; más tarde, el resto de instituciones. El apogeo de este género tuvo lugar en España en el siglo XIX, en concreto, fue el género más importante desde la década de 1850 hasta la de 1880. La monarquía de Isabel II (reina desde 1843 hasta 1868) y más tarde en la época de la Restauración monárquica  -a partir de 1874- instituciones como el Senado o el Congreso de Diputados contribuyeron a perpetuar la tradición de la pintura de historia.

Recomendamos iniciar el recorrido deteniéndonos ante el imponente Fusilamiento de Torrijos, encargado por  Sagasta al pintor Juan Gisbert quien era, a la sazón, simpatizante del partido progresista por lo que aceptó encantado el encargo.  Fue -curiosamente- el cuadro bajo el que posó la familia Real (quizás para diferenciarse de su felón ancestro) el día de la inauguración oficial de la ampliación referida.  El lienzo, de enormes dimensiones y no menos grande realismo (como corresponde al género) deja al visitante boquiabierto. Conviene sentarse en el banco situado con gran acierto en el centro de la sala- iluminada con igual acierto- para su contemplación.

Aún en el banco, giramos hacia nuestra izquierda para contemplar otro gran lienzo. El tema es ahora radicalmente distinto: se nos aparecen los Reyes Católicos, en toda su majestad. El autor, Emilio Sala, ejecutó con sus pinceles un momento decisivo del reinado de los más grandes monarcas que han gobernado los reinos de las Españas: la expulsión de los judíos, hecho que da título al lienzo. Un giro más a la izquierda nos dispone de espaldas a Torrijos y los suyos permitiéndonos la observación de dos nuevos e imponentes lienzos. El primero, pintado por Antonio Muñoz Degrain, representa el momento álgido de La leyenda de los amantes de Teruel: el trágico desenlace de la pasión. Junto a él, otro momentazo histórico: la muerte de la bella emperatriz Isabel de Portugal, la muy amada e cara esposa del gran Carlos V. José Moreno Carbonero lo ha titulado La conversión del Duque de Gandía quien, tras contemplar el cadáver ya con signos de corrupción de su idolatrada reina, decide que “nunca más serviría a señor que se le pudiera morir” convirtiéndose en Francisco de Borja tras tomar los hábitos.

El itinerario por la sala termina con otro cuadro magnífico que en su día atrajo la atención de la crítica por reducir a una sola figura todo el argumento narrativo, contrariamente a lo habitual en la pintura de historia del momento. Se trata de un retrato del Príncipe de Viana, el hijo repudiado del rey Juan de Aragón y hermano de Fernando el Católico. José Moreno Carbonero ha sabido reflejar con enorme maestría la desazón del real personaje, abandonado de todos y entregado a la lectura. La obra muestra el rigor histórico con que Carbonero acomete en acontecimiento, visible en los trajes y en el estilo gótico del sitial, enmarcado en un arco conupial.

conversion-duque-de-gandiaSobrecogidos aún, abandonamos la sala para dirigirnos a la siguiente estancia.  Dos pintores se fijan en un mismo tema. La demencia de Juana la Loca ante la muerte de su esposo. En la pared opuesta, Francisco de Sans Cabot, homenajea a Delacroix en su composición sobre el Episodio de Trafalgar.

Llegamos con ansiedad al espacio que acoge al artista más excepcional del género: Eduardo Rosales. Atravesamos el vano de la imaginaria puerta que da acceso a sus obras y nuestros ojos, casi de forma mágica, se dirigen a la derecha de la estancia. En la pared frontal, ocupando todo el espacio, cuelga  la obra que se ha considerado cúlmen del género: El testamento de Isabel la Católica. Todo es maestría en su ejecución: la pincelada, la textura de los ropajes, la individualidad de los personajes, el retrato psicológico que el pintor realiza de cada uno de ellos, la solemnidad del momento… Rosales representó el instante en que la Reina Católica dicta su testamento en Medina del Campo el 12 de octubre de 1504, días antes de morir y su forma de acometerlo nos hace contener el aliento.

Junto a él, una obrita deliciosa: La presentación de Don Juan de Austria al emperador Carlos V en Yuste. Nótese que utilizamos el diminituvo -obrita- sólo por el contraste de tamaño con el anterior citado.  El cuadro está realizado en un formato inusual para la pintura histórica, pequeño. Mas no por ello el pintor descuidó los detalles para que la reconstrucción del hecho histórico fuera lo más precisa posible, como lo demuestra la incorporación en el fondo del lienzo del Cristo y la Dolorosa de Tiziano, que efectivamente fueron trasladados por el César a su retiro monacal.

La pintura histórica de Rosales da un giro temático con La Muerte de Lucrecia: escoge el pintor el hecho que provocará que Roma deje ser una Monarquía para convertirse en la República que precederá al Imperio. En la misma sala, además de otros cuadros soberbios del pintor, reparamos en otro gran artista del género, José Cadalso quien homenajea a Velázquez. La rendición de Breda es el modelo en que se inspira  para su pintura La rendición de Bailén.

Exhaustos -emocionalmente- vamos abandonando el lugar. Antes de llegar a la gran sala principal, a la izquierda, el genio al que no hace falta nombrar nos despide con un guiño histórico: allí, solicitadísimos, se aparecen los Fusilamientos y la Carga de los Mamelucos. Dos grandes obras de temática histórica que nos dejan -si cabe- mejor sabor de boca.