En 2016 se conmemoró el tercer centenario del nacimiento de Carlos III de España, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio. Acontecimiento de enorme relevancia que en este rincón cultural no queríamos obviar.Así que rememoramos la figura de un gran rey a través de un gran libro. Un personaje que ocupa la segunda mitad del siglo XVIII.

Es una anécdota conocida -la recoge el P. Feijóo en su Teatro Crítico- que siendo aún niño, alguien preguntó al príncipe Carlos con qué epíteto le gustaría que fuera recordado en la historia. El muchacho contestó: <<quisiera merecer que me llamasen Carlos el Sabio>>. Curioso resulta que el Rey de los ilustrados, fuera un hombre de mediana inteligencia y escasa cultura. ¿Cómo es posible entonces que Carlos III haya pasado a la historia como uno de los monarcas más notables de España? La respuesta la hallará el lector en el libro que hoy presentamos.

El año 2016 ha estado salpicado de muchas y notables efemérides. Por encima de todas -y como no podía ser de otra manera- destacó la dedicada al Quijote. Pero ha habido otra, importantísimas, de la que nos ocuparemos a continuación: la conmemoración del tercer centenario del nacimiento del que fue apodado El mejor alcalde: Carlos III, rey de España.

Vicente Palacio Atard es el autor del libro que repasamos: Carlos III, rey de los ilustrados. Este Criticón tuvo el honor de conocer a tan ilustre intelectual. D. Vicente no sólo era un magnífico historiador en todo el sentido del término: investigador y divulgador (escribe maravillosamente). Fue también maestro de maestros. No en vano, su paso por la Universidad española dejó huella y son muchos los historiadores actuales que bebieron de su magisterio.

En octubre de 2006 se publicaba la primera edición de la biografía sobre el rey Carlos III. Once años después, todavíacrlos-III-rey-de-los-ilustrados circula por las librerías, para gozo de los lectores de Historia. Once años, una vida muy larga para un libro, algo poco usual en los tiempos que corren. Desde entonces han visto la luz numerosas publicaciones sobre el monarca y su tiempo, muy interesantes  pero el libro de Palacio Atard sigue destacando: la descripción rigurosa del contexto histórico, la escrupulosa sucesión de los hechos, la parada en los personajes más relevantes, la continua cita de fuentes… y la delicadeza de su pluma.  Y es que, el profesor tiene una elegante forma de escribir que atrapa el lector, lo envuelve con su tono dulce y melódico. Finura de pluma, vaya.

Tras unos epígrafes dedicados a la andadura italiana de Carlos, el libro se centra en la etapa del monarca como rey de España. Está estructurado en bloques bien diferenciados que ayudan al lector a desplazarse por sus páginas. Cada capítulo contiene entre cinco y ocho epígrafes con los títulos de los acontecimientos que se van a relatar. Como no podía ser de otro modo, se concede gran importancia a los asuntos de las reformas y a los hombres ilustrados. Gran protagonismo cobra también América, tan querida para el rey y a la que tanta atención prestó. Los conflictos internacionales en los que participó España ocupan buena parte del índice: la rivalidad con Inglaterra y Portugal, los pactos de familia con Francia, el aviso a Marruecos, la guerra de los siete años…

Una parte de la obra revisa la personalidad humana del rey. Descubrimos a una persona obsesionada con la rutina, amante de la caza -que también practica de forma rutinaria-, un hombre bonachón, de rostro amable. Los cuadros de Mengs y Goya nos lo han hecho conocido y cercano, nos resulta familiar. Sencillo en la indumentaria – a veces recuerda más a un guarda forestal que a un rey- se enfadaba cuando al vestirle le estropeaban los encajes de Bruselas que adornaban su camisa, única concesión a la coquetería que se permitía.  Un rey que trataba muy bien a sus sirvientes y cortesanos a los que conservaba a su lado por largos años. Su día a día estaba perfectamente estructurado. Nadie mejor que el propio autor para recordarlo:

<<A las seis de la mañana despertaba al Rey su ayuda de cámara Almerico Pini. Tras unas breves abluciones y un largo tiempo de oración, a las siete menos diez entraban los gentiles hombres de cámara para ayudarle a vestirse. Desayuno en la cámara: una o dos jícaras de chocolate y un gran vase de agua, si no había de salir de Palacio. A continuación, oía la misa y visitaba el cuarto de los Infantes. De ocho a once de la mañana permanecía en su cuarto de trabajo. A las once, mantenía conversción con los familiares, el padre confesor o algún ministro. Luego recibía a los embajadores de las Cortes borbónicas (Nápoles Francia y Parma) y concedía también otras audiencias.>> En páginas posteriores, el autor menciona el gran disgusto que se llevó el rey cuando aquella jícara en la que bebió el delicioso chocolate durante más de treinta años, se rompió en mil pedazos.

REINA-AMALIA-DE-SAJONIAResulta conmovedor el capítulo en que se da cuenta de la vida personal del rey, del amor que sintió por su esposa, la reina María Amalia de Sajonia. <<No era una beldad ni tampoco una fealdad>> (R. de la Cierva, Historia de España para jóvenes). El rey y ella formaron un gran tándem. Manifestaba a veces la dama  mal genio que su marido disculpaba con una media sonrisa. La reina lo fue más de Nápoles que de España pues falleció al poco tiempo de ceñir la corona española. El profesor Palacio nos refiere el hecho. Por lo visto, Carlos III sintió verdadera pena: <<Éste es el primer disgusto que me ha dado en veintidós años de matrimonio>>, exclamó. Es un hecho probado que el rey  jamás fue infiel a su esposa: ni durante el matrimonio ni luego, en el transcurso del largo tiempo de viudedad. Ello causó la admiración de sus cortesanos, tan poco acostumbrados a observar un comportamiento tan ejemplar en un monarca.

Con la muerte de Carlos acaba el libro. El relato del óbito se describe con emoción. Cuando el rey expiró, el conde de Floridablanca se acercó al difunto con un espejo que situó frente a su boca. Después, como ya se hacía en el antiguo ritual funerario romano, pronunció el nombre del rey tres veces, en voz alta. Se certificaba así el fallecimiento. Los regios restos, tras su paso por el pudridero de El Escorial (permanecieron en tal dependencia 17 años) fueron depositados en el Panteón Real, cerca de donde se hallaban los de su querida esposa.

Es altamente recomendable leer este libro. Después, se aconseja visitar algunaanuncio-expo-man de las muestras que se han organizado para conmemorar el 300 aniversario del nacimiento del rey. Una de ellas estará abierta hasta el próximo 26 de marzo. La acoge el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y es espléndida. La entrada es gratuita; el horario, amplio. Una retrospectiva centrada en el aspecto más internacional del reinado, no en vano su título es: Proyección exterior y científica de un reinado ilustrado. Contemplando los objetos en ella expuestos el visitante recorre la historia de la segunda mitad del siglo XVIII. De las paredes del recinto cuelga un buen número de cuadros, muchos cedidos para la ocasión por el Museo del Prado. Encontramos otras fuentes históricas de primer orden como la Prágmatica Sanción de 1767 por la que se ordenaba la expulsión de los jesuitas del reino de España o la Ordenanza General que da cuenta de la nueva enseña del rey, la creación de la bandera de España. Igualmente, se exponen piezas provenientes de las expediciones arqueológicas financiadas por la Corona: Pompeya, Herculano, Paestum… Y vestigios de las expediciones científicas, objetos de los grandes marinos Jorge Juan y Ulloa, una cartografía impresionante… Un plan, como ven, muy apetecible.

Hagan caso y sigan este consejo: lean el libro del profesor Palacio Atard y después visiten la exposición. El resultado: un inmejorable sabor de boca histórico.